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Caos Primordial · Enûma Elish

Actualizado: 7 sept 2021


Enûma Elish es un poema mítico de la época babilónica que narra el origen de nuestro planeta y su espacio contiguo. Enûma Elish (en acadio: «cuando en lo alto») son las dos primeras palabras del poema (su íncipit). Está recogido en tablillas de barro halladas en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal (669 a. C. - 627 a. C.), en Nínive.

Cada una de las tablillas contiene entre 115 y 170 líneas de caracteres cuneiformes datadas hacia el año 1200 a. C.





Enûma Elish

 

Caos primordial



Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado y en lo bajo la tierra no había sido mencionada, en el abismo y la impetuosidad sé mezclabala nada, Abzu procreo a Mummu y engendro a Tiamat la generatriz del todo.


Ni los dioses, ni los mares, ni las piedras existían.


Entonces en la oscuridad se revelaron dos corrientes que durante mucho tiempo extendieron su tamaño, Lankhamu & Laknhamu, ellos dieron lugar a los horizontes líquidos acuáticos y a los sólidos terrestres.


De aquellos vinieron a ser más grandes y fuertes Anshar & Kishar que multiplicando sus ciclos concibieron a An & Ki.


Estos separaron los espacios haciendo los límites entre los suelos y los cielos.


De esos límites nacieron las grandes fuerzas que se fueron arremolinando en distintas partes de lo que era.


Esas divinidades siguieron engendrando, perturbando así la tranquilidad de los grandes formadores del ser original.


Entonces, el negro Abzu padre del vacío se dirigió a la brillante Tiamat, madre de la luz y le dijo:



“Ahora ya soy viejo y el proceder de los otros dioses me resulta insoportable, su ruido no me deja descansar, solo se revuelven sobre sí mismos siendo que nosotros no les hemos fijado en el destino”.



Con estas palabras habló el oscuro Abzu otorgando el movimiento a la resplandeciente Tiamat y ella respondió en un grito, haciendo rugir el espacio para interrogar al tiempo.


“¿Por qué has susurrado el mal en mi seno con tu anhelo de retornar al silencio?”.


Pero esta pregunta no hallo respuesta.


Por su parte el eco de Mummu no dejaba de resonar en el interior del negro absoluto.


“Destruyamos a los insensatos y regresemos a nuestra eterna serenidad”.


Dijo esto con cólera mientras se agitaba haciendo explotar los tiempos de Kishar & Namm.


Fue de ese modo que uno de los menores dioses, hijos de An & Ki, Ea, comprendió aquel designio destructivo y, para evitarlo, extendió sobre las ondas un temporal encantamiento.


Dejó profundamente dormido al abismal Abzu en el conjuro de su deseo, y lo ato para ocultarlo en el silencioso olvido.


Luego desintegro su cuerpo desgarrado y en el lugar de su corazón estableció su morada, escribiendo en el dintel de su cámara el nombre Apsu.


Allí habito como hermano menor de Ellil, dejando atrás su primer nombre, Enki, por su unión con Damkina, hasta que de esa unión nació Marduk.


·


El corazón de Ea se exaltó al ver la perfección de su hijo rematada por su doble cabeza divina.


La voz del niño ardía en llamaradas, mientras sus cuatro ojos y sus cuatro oídos escudriñaban todas las cosas.


Su cuerpo enorme y sus miembros incomprensibles estaban bañados por un fulgor que era fuerte en extremo cuando los relámpagos se anidaban sobre él.


Así, mientras Marduk crecía y ordenaba el mundo, algunos de los dioses leales se acercaron a la resplandeciente Tiamat para reprocharle falta de valor diciéndole:


“Desaparecieron a tu consorte, pero no hiciste justicia y por ello ahora nuestros espíritus tampoco pueden descansar”.


“Te convertiremos en nuestra fuerza vengadora y nosotros caminaremos a tu lado e iremos de ti al combate”.


Así gruñían y giraban en torno de la refulgente Tiamat, hasta que ella presionada y sin pensar decidió modelar las armas para sus terceros hijos.



Llena de ira y rabia creo los males invisibles, los demonios indecibles, muerte, pena, pánico y calamidad, los monstruos insensibles, las bestias de maldad, las lenguas mentirosas, las enfermedades de la peste, hambre, pudrición, insania y ebriedad, también estupidez y la enorme tempestad.


Once monstruos irresistibles creó y luego de entre ellos elevó a uno en fatal unidad.


Lo constituyó en jefe de los ejércitos para ir primero y delante, para dirigir, para llevar el poder y desencadenar las guerras y los combates, encomendándole llevar con él la crueldad, la fatalidad y el fin asfixiante.


Ella entregó los demonios a su deseo cuando le hizo sentarse en la asamblea:


“¡Yo he pronunciado en favor tuyo la palabra, el nombre y el significado, te he exaltado en la asamblea de los dioses leales, y te he dado toda la fuerza para dirigir a todos ellos!”


¡Tú serás malvado y magnífico, y en adelante mi esposo serás tú!


¡Que los Anunnaki de cuerpo enorme exalten tu nombre por encima de todos ellos!”


Así fue que ella le dio las tablas del destino grabándolas en su pecho:


“¡Tu mandato no cambiará, y permanecerá intacta la voluntad de tu cuerpo!”


·


Pero Ea, al conocer nuevamente los peligrosos designios buscó ayuda en otros dioses y proclamó:


“Tiamat, nuestra engendradora ahora nos aborrece.


Ha puesto en torno suyo y en contra nuestro a los terribles Anunnaki.


Ha enfrentado la mitad de los dioses contra la otra mitad.


¿Cómo podremos hacerla desistir?


Pido que los Igigi de ojos rasgados se reúnan en consejo para resolver”.


Así se concentraron las muchas generaciones de Igigi, pero nadie pudo zanjar la cuestión.


Cuando pasó el tiempo y ni emisarios ni valientes pudieron cambiar los designios de la ardiente Tiamat, el anciano del círculo, Anshar, pareja de Kishar, se levantó pidiendo por Marduk.


Entonces Ea fue hasta su hijo y le rogó que prestara ayuda a los dioses.


Pero Marduk replicó con ambición fulgurante que en tal caso habría de ser elevado como el supremo jefe.


Luego comieron pan festivo y tomaron vino mojando sus copas de beber con el dulce licor.


Cuando habían terminado la fuerte bebida, sus cuerpos se hincharon y ebrios empezaron a gritar con el corazón exaltado por Marduk erigiéndolo su héroe para determinar el futuro.

Prepararon para él un trono principesco y en presencia de sus padres se sentó presidiendo:


“¡Oh Marduk, tú eres realmente nuestro salvador!


Te hemos otorgado la soberanía sobre nuestro universo.


Cuando te sientes en la asamblea tu palabra será máxima e incuestionable.


¡Tus armas no fracasarán y aplastarás con ellas a tus enemigos!


¡Oh Señor, protege la vida del que confía en ti; pero derrama la vida de aquel dios antiguo que ha concebido el mal!”


Colocaron en medio de ellos un velo de estrellas y dirigieron a Marduk, el primogénito de ellos, la palabra:


“¡Señor, tu destino será el primero entre los dioses!


Decide arruinar o crear, habla y así será:


Abre la boca y el velo desaparecerá; habla de nuevo y el velo se volverá intacto”.


En efecto, habló su palabra y el velo estelar desapareció, habló de nuevo y el velo quedó restaurado con todas sus constelaciones.


Cuando los dioses, sus padres, vieron la eficacia de su palabra, se alegraron y rindieron homenaje:


“¡Marduk es rey!”.


Le entregaron la corona, el cetro y el trono y le dieron el arma sin rival que tenía el poder de rechazar a todos los enemigos.


“¡Vete y quita la vida a Tiamat y que los vientos lleven su sangre a los lugares secretos y nunca dichos!”


Entonces el nuevo señor hizo un arco y lo colgó con su carcaj a su lado y también confecciono una red humeante para atrapar a Tiamat.


Levantó la maza y puso en su frente el relámpago al tiempo que su cuerpo se llenó de fuego.


También detuvo a los vientos para que nada de Tiamat pudiera escapar y domino los huracanes e hizo surgir la tormenta diluvial, montando con todo ello el carro de las tormentas y los huracanes enfilo sus ruedas.


A él unió los nombres terroríficos y con los truenos partió en busca de Tiamat.


Cuando la encontró ella sostenía en su mano la mandrágora venenosa, su nueva creación, el Señor invisible se acercó para escudriñar en su interior y percibir las intenciones de los Anunnaki que seguían a Qingu.


Tiamat de oro y plata bramo furiosa pero Marduk dijo:


“Tú te has exaltado altamente y has elevado a Qingu de manera ilegítima.


Has cambiado, ahora odias a tus hijos y les procuras el mal.


¡Ponte en pie y prepárate para el combate!”


Al momento los dioses desenfundaron sus armas.


Entonces la luminiscente Tiamat conjuró y recitó sus fórmulas, y los leales salieron a la lucha.


Pero el señor Marduk arrojó su enorme y confusa red y la terrible Tiamat quedo cautiva.


En ese momento, Marduk soltó los huracanes que penetraron en ella y lanzó la flecha que atravesó su vientre.


Le corto las fosforescentes entrañas y le arranco la vida.


El temible ejército se desbandó y con el estruendo de sus gritos, las afiladas armas fueron destrozadas.


Ceñidos a la misma red, los prisioneros fueron arrojados a las celdas de los espacios subterráneos.


El soberbio Quingu fue despojado de las tablas del destino, y encarcelado junto a los Anunnaki.


Las once criaturas, que había creado Tiamat, fueron convertidas en estatuas de piedra y sal para que nunca se olvidara el triunfo de Marduk.


·



Luego de reforzar la prisión de sus enemigos y de sellar a su pecho las tablas del destino, el Señor volvió sobre el cuerpo de Tiamat.


Despiadadamente aplastó su cráneo con la maza, separó los conductos de su sangre que el huracán llevó a los lugares secretos nunca dichos, y al ver la carne sublime concibió las ideas artísticas que no se pueden pronunciar.


Cortó a lo largo el cadáver como si fuera un pescado, levantando a una ambas partes hasta lo alto del cielo.


Allí la encerró y colocó un guardián para que impidiera la salida de dulce y salada, las aguas.


Luego atravesando los espacios inspeccionó las regiones y midiendo el abismo estableció su morada sobre él.


Artificio un nuevo cielo y una nueva tierra y estableció sus límites.


Entonces, construyó casas para los dioses iluminándolas con estrellas.


Después de tomar el año, determinó en él doce meses por medio de sus figuras.


A estas las dividió hasta precisar los días.


A los costados reforzó los cerrojos de izquierda y derecha, poniendo entre ambos el cenit.


Destacó a Samash, la partición del día y la noche y puso la brillante estrella de su arco para mirada de todos.


Encargó a Nebiru la división de las dos secciones celestes al norte y al sur.


En medio de la oscuridad encomendó al invisible que ordenara los días y las noches con una esfera, Luna.


“Cada mes, sin cesar, le darás la forma de una corona.


Al principio del mes para brillar sobre el reino tú mostrarás los cuernos para determinar seis días; al día séptimo serás media corona.


Al día catorce te pondrás de frente al brillante, Sol.


A medio mes, cuando el sol te alcance en la base de los cielos, disminuye tu corona y haz menguar la luz.


Y desaparecerás nuevamente al aproximarte al curso del sol.


En el día veintinueve te pondrás de nuevo en posición por oposición”.


Después, volviéndose hacia Tiamat, tomó su aliento y su saliva y con ella formó las nubes.


Con sus senos produjo volcanes y de sus ojos hizo fluir el Tigris y el Éufrates.


Con su carne creó las grandes montañas y perforó en ella los manantiales para que en los pozos brotara el agua.


Finalmente solidificó el suelo levantando un liso templo, ofreciéndolo a los dioses para que se alojaran allí cuándo concurrieran a las asambleas en las que debían fijar el destino del mundo.


A esta construcción le llamó “Babilonia”, que quiere decir “la casa de los grandes dioses”.


Al terminar su obra el Señor fue exaltado por los dioses y entonces como reconocimiento a ellos dijo:


“Voy a amasar mi carne para formar huesos.


Voy a suscitar un tipo de dios llamado hombre para que se encargue del culto, para que podamos estar a gusto y dormir tranquilos.


Yo transformaré las veredas y los caminos.


Y aunque reverenciados por igual los dioses antiguos se dividirán en dos grupos”.


Le respondió Ea, dirigiéndole una palabra para contarle un plan que aliviara a los dioses:


“Que uno de sus hermanos sea entregado; él solo perecerá para que la humanidad pueda ser modelada.


Que los grandes dioses estén aquí en la asamblea; que el culpable sea entregado para que ellos puedan permanecer”.


Marduk hizo traer a los Anunnaki cautivos y les preguntó, bajo juramento, acerca del culpable de la insurrección prometiendo la vida a quienes declararan la verdad.

Entonces los dioses acusaron a Qingu.


“Fue Qingu el que planeó la insurrección e hizo a Tiamat rebelde y también el que dirigió la batalla”.


Entonces le ataron, sujetándole delante de Ea.


Le pidieron cuenta de su culpa por confesión y le extrajeron la sangre y fue con esta roja sustancia que infusionaron a la humanidad y con su piel le modelaron.


Ea les obligó a aceptar el designio, y abrió la puerta para el resto de los dioses.


Después Ea, con su entendimiento, dio vida a la humanidad; e impuso sobre ella el servicio de adoración a los dioses.


Luego grabó su obra, la que no es, no fue y no será comprensible.


Pero fue por ella que el Señor dejó libres a los dioses y los dividió arriba y abajo constituyéndolos guardias del mundo.


Agradecidos por su vida los Anunnaki edificaron un santuario y elevaron la cima del Esagila y luego de haber alzado una pirámide escalonada establecieron en ella una nueva morada para Marduk.


Cuando los denigrados dioses se hubieron reunido reverenciaron el destino de Marduk y se inclinaron hacia abajo, pronunciando en medio de ellos una maldición, jurando por el agua y el aceite poner la vida en peligro.


“Que los cabezas negras esperen por los ídolos y que los pieles quemadas crean en un solo dios”


“En cuanto a nosotros llamaremos al señor con muchos nombres, ¡Él será nuestro tesoro! Proclamemos pues, sus infinitos nombres”.


Un conjuro para convertirlo en el escudo y signo protector debajo del cual pudieran esconderse para someter a los creyentes, una voluntad misteriosa que nadie puede enfrentar, un secreto dogmático al que nadie se pudiera negar, una moneda divina que intercambiara entre hombres y dioses la muerte por pan.


Y las estrellas brillaron y todos los hombres blancos creados por los dioses se confabularon y alegraron mientras los negros no fueron enterados.



Fue así como la humanidad se reconoció en una nueva representación del Señor y a este hecho llamaron del cielo y la tierra reconciliación.


Por ello, que haya memoria de todo lo ocurrido.


Que se repita esta historia de mil formas y que se dé en educación.


Que los hijos aprendan de sus padres la enseñanza sin confrontación.


Hasta que los eruditos escudriñen el sentido de este ambiguo canto.


Que esta historia domine hasta que los sueños despierten.


Hasta que los sabios descifren el código del iluminado manto.


 


Francisco Saúl González Munguía· Ziffero


ON·X | Ver. 0.1 | 5 · 8 · 21


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