Seguramente todos recordéis con horror aquel profesor o profesora famosos en el instituto o la facultad por tener un altísimo índice de suspensos en cada uno de sus exámenes. Hace poco escuchaba a una «compañera» comentar en la sala de profesores que en el primer examen con uno de los grupos de bachillerato habían suspendido el 100% de su alumnado (grupo de 24). Sorprendida por el resultado (¡ella!) había decidido darles una segunda oportunidad y esta vez mucho mejor, «solo» había suspendido el 80%.
Todo un éxito.
Siempre me ha llamado la atención este fenómeno, cuando era alumno tenía clarísimo que este tipo de profesores eran los peores, entonces no tenía argumentos teóricos, tan solo la evidencia empírica de sufrir sus clases: eran aburridos, autoritarios, soberbios, maleducados y con bastante frecuencia también clasistas y machistas. Entonces no conseguí aprender nada de ellos pero ahora que me dedico a la docencia reconozco que su ejemplo me ha servido para saber lo que nunca haría en mis clases, es decir me han servido de contraejemplos.
Cuando hablo con uno de ellos de colega a colega y le pregunto cómo es posible que haya suspendido tantos alumnos, pone la excusa de que son «malos alumnos» (sic). Cuando le digo que esos mismos alumnos han aprobado con nota mi asignatura y otras asignaturas me contesta que su asignatura es «muy dura». Y cuando le pregunto cómo es que esos alumnos han conseguido aprobar su asignatura en 1º, 2º, 3º ó 4º de la ESO con otros profesores compañeros suyos, la respuesta es que, bueno, YO soy un profesor duro.
Pero te lo dicen además como si dijeran YO es que no soy como tú, que apruebas a todos, yo soy un buen profesor, un profesor de verdad, como los de antes.
Y puede que tenga razón, el número de aprobados no hace bueno o malo a un profesor, tan malo puede ser el que aprueba a todos como el que no aprueba a ninguno pero esa suficiencia, esa chulería, ese mirarte por encima del hombro, ese presumir de «dureza» como si la dureza misma fuera sinónimo de bondad me pone enfermo. ¿Os imagináis al médico al que se le mueren todos los pacientes presumiendo de su ciencia, al pastor al que se le escapan todas las ovejas de su celo, al ingeniero al que se le caen los puentes de su pericia, al abogado cuyos clientes van inexorablemente al trullo de su magisterio…?
Os decía que de chico no tenía argumentos teóricos para refutar esta falacia, y realmente hasta hace muy poco seguía sin ellos, pero recientemente se cruzó en mi camino esta entrevista con André Antibi, profesor de didáctica en la Universidad de Toulouse, y resulta que la cosa tiene nombre, se llama la constante macabra.