Átomo, la unidad más pequeña posible de un elemento químico.
En la filosofía de la antigua Grecia, la palabra “átomo” se empleaba para referirse a la parte de materia más pequeña que podía concebirse.
Esa “partícula fundamental”, por emplear el término moderno para ese concepto, se consideraba indestructible. De hecho, átomo significa en griego “no divisible”.
A lo largo de los siglos, el tamaño y la naturaleza del átomo solo fueron objeto de especulaciones, por lo que su conocimiento avanzó muy lentamente.
Con la llegada de la ciencia experimental en los siglos XVI y XVII (véase Química), los avances en la teoría atómica se hicieron más rápidos. Los químicos se dieron cuenta muy pronto de que todos los líquidos, gases y sólidos se pueden descomponer en sus constituyentes últimos, o elementos.
Por ejemplo, se descubrió que la sal se componía de dos elementos diferentes, el sodio y el cloro, ligados en una unión íntima conocida como compuesto químico.
El aire, en cambio, resultó ser una mezcla de los gases nitrógeno y oxígeno.
TEORÍA DE DALTON
El profesor y químico británico John Dalton estaba fascinado por el “rompecabezas” de los elementos.
A principios del siglo XIX estudió la forma en que los diversos elementos se combinan entre sí para formar compuestos químicos.
Aunque muchos otros científicos, empezando por los antiguos griegos, habían afirmado ya, que las unidades más pequeñas de una sustancia eran los átomos, se considera a Dalton una de las figuras más significativas de la teoría atómica porque la convirtió en algo cuantitativo.
Mostró que los átomos se unían entre sí en proporciones definidas.
Las investigaciones demostraron que los átomos suelen formar grupos llamados moléculas.
Cada molécula de agua, por ejemplo, está formada por un único átomo de oxígeno (O) y dos átomos de hidrógeno (H) unidos por una fuerza eléctrica denominada enlace químico, por lo que el agua se simboliza como HOH o H₂O.
Véase Reacción química.
Todos los átomos de un determinado elemento tienen las mismas propiedades químicas.
Por tanto, desde un punto de vista químico, el átomo es la entidad más pequeña que hay que considerar.
Las propiedades químicas de los elementos son muy distintas entre sí; sus átomos se combinan de formas muy variadas para formar numerosísimos compuestos químicos diferentes.
Algunos elementos, como los gases nobles, helio y neón, son inertes, es decir, no reaccionan con otros elementos salvo en condiciones especiales.
Al contrario que el oxígeno, cuyas moléculas son diatómicas (formadas por dos átomos), el helio y otros gases inertes son elementos monoatómicos, con un único átomo por molécula.
LEY DE AVOGADRO
El estudio de los gases atrajo la atención del físico italiano Amedeo Avogadro, que en 1811 formuló una importante ley que lleva su nombre (véase Ley de Avogadro).
Esta ley afirma que dos volúmenes iguales de gases diferentes contienen el mismo número de moléculas si sus condiciones de temperatura y presión son las mismas.
Si se dan esas condiciones, dos botellas idénticas, una llena de oxígeno y otra de helio, contendrán exactamente el mismo número de moléculas. Sin embargo, el número de átomos de oxígeno será dos veces mayor, puesto que el oxígeno es diatómico.
CARACTERÍSTICAS DEL ÁTOMO
La curiosidad acerca del tamaño y masa del átomo atrajo a cientos de científicos durante un largo periodo en el que la falta de instrumentos y técnicas apropiadas impidió obtener respuestas satisfactorias.
Posteriormente, se diseñaron numerosos experimentos ingeniosos para determinar el tamaño y masa de los diferentes átomos.
El átomo más ligero, el de hidrógeno, tiene un diámetro de aproximadamente 10-10 m (0,0000000001 m) y una masa alrededor de 1,7 × 10-27 kg (la fracción de un kilogramo representada por 17 precedidos de 26 ceros y una coma decimal).
Un átomo es tan pequeño que una sola gota de agua contiene más de mil trillones de átomos.
De la ley de Avogadro se desprende que las masas de un volumen patrón de diferentes gases (es decir, sus densidades) son proporcionales a la masa de cada molécula individual de gas.
Si se toma el carbono como patrón y se le asigna al átomo de carbono un valor de 12,0000 unidades de masa atómica (u), resulta que el hidrógeno tiene una masa atómica de 1,0079 u, el helio de 4,0026, el flúor de 18,9984 y el sodio de 22,9898.
En ocasiones se habla de “peso atómico” aunque lo correcto es “masa atómica”.
La masa es una propiedad del cuerpo, mientras que el peso es la fuerza ejercida sobre el cuerpo a causa de la gravedad.
La observación de que muchas masas atómicas se aproximan a números enteros llevó al químico británico William Prout a sugerir, en 1816, que todos los elementos podrían estar compuestos por átomos de hidrógeno.
No obstante, medidas posteriores de las masas atómicas demostraron que el cloro, por ejemplo, tiene una masa atómica de 35,453 (si se asigna al carbono el valor 12).
El descubrimiento de estas masas atómicas fraccionarias pareció invalidar la hipótesis de Prout hasta un siglo después, cuando se descubrió que generalmente los átomos de un elemento dado no tienen todos la misma masa.
Los átomos de un mismo elemento con diferente masa se conocen como isótopos.
En el caso del cloro, existen dos isótopos en la naturaleza.
Los átomos de uno de ellos (cloro 35) tienen una masa atómica cercana a 35, mientras que los del otro (cloro 37) tienen una masa atómica próxima a 37.
Los experimentos demuestran que el cloro es una mezcla de tres partes de cloro 35 por cada parte de cloro 37.
Esta proporción explica la masa atómica observada en el cloro.
Durante la primera mitad del siglo XX era corriente utilizar el oxígeno natural como patrón para expresar las masas atómicas, asignándole una masa atómica entera de 16.
A principios de la década de 1960, las asociaciones internacionales de química y física acordaron un nuevo patrón y asignaron una masa atómica exactamente igual a 12 a un isótopo de carbono abundante, el carbono 12.
Este nuevo patrón es especialmente apropiado porque el carbono 12 se emplea con frecuencia como patrón de referencia para calcular masas atómicas mediante el espectrómetro de masas.
Además, la tabla de masas atómicas basada en el carbono 12 se aproxima bastante a la tabla antigua basada en el oxígeno natural.
LA TABLA PERIÓDICA
A mediados del siglo XIX, varios químicos se dieron cuenta de que las similitudes en las propiedades químicas de diferentes elementos suponían una regularidad que se podía ilustrar ordenándolos de forma tabular o periódica.
El químico ruso Dmitri Mendeléiev propuso una tabla de elementos llamada tabla periódica, en la que los elementos están ordenados en filas y columnas, de forma que quedan agrupados los que tienen propiedades químicas similares.
Según este orden, a cada elemento se le asigna un número (número atómico) de acuerdo con su posición en la tabla, que va desde el 1 para el hidrógeno hasta el 92 para el uranio, que tiene el átomo más pesado de todos los elementos que existen de forma natural en nuestro planeta.
Como en la época de Mendeléiev no se conocían todos los elementos, se dejaron espacios en blanco en la tabla periódica correspondientes a elementos que faltaban.
Las investigaciones posteriores, facilitadas por el orden que los elementos conocidos ocupaban en la tabla, llevaron al descubrimiento de los elementos restantes.
Los elementos con mayor número atómico tienen masas atómicas mayores, y la masa atómica de cada isótopo se aproxima a un número entero, de acuerdo con la hipótesis de Prout.
RADIACTIVIDAD
Una serie de descubrimientos importantes realizados hacia finales del siglo XIX dejó claro que el átomo no era una partícula sólida de materia indivisible.
En 1895, el científico alemán Wilhelm Conrad Roentgen anunció el descubrimiento de los rayos X, que pueden atravesar láminas finas de plomo.
En 1897, el físico inglés Joseph J. Thomson descubrió el electrón, una partícula con una masa muy inferior a la de cualquier átomo.
Y, en 1896, el físico francés Antoine Henri Becquerel comprobó que determinadas sustancias, como las sales de uranio, generaban rayos penetrantes de origen misterioso.
El matrimonio de científicos franceses formado por Marie y Pierre Curie aportó una contribución adicional a la comprensión de esas sustancias “radiactivas” (véase Radiactividad).
Como resultado de las investigaciones del físico británico Ernest Rutherford y sus coetáneos, se demostró que el uranio y algunos otros elementos pesados, como el torio o el radio, emiten tres clases diferentes de radiación, inicialmente denominadas rayos alfa (α), beta (β) y gama (g).
Las dos primeras, que según se averiguó están formadas por partículas eléctricamente cargadas, se denominan actualmente partículas alfa y beta.
Más tarde se comprobó que las partículas alfa son núcleos de helio (ver más abajo) y las partículas beta son electrones.
Estaba claro que el átomo se componía de partes más pequeñas.
Los rayos gamma fueron finalmente identificados como ondas electromagnéticas, similares a los rayos X pero con menor longitud de onda (véase Radiación electromagnética).
EL ÁTOMO DE RUTHERFORD
El descubrimiento de la naturaleza de las emisiones radiactivas permitió a los físicos profundizar en el átomo, que según se vio consistía principalmente en espacio vacío.
En el centro de ese espacio se encuentra el núcleo, que sólo mide, aproximadamente, una diezmilésima parte del diámetro del átomo.
Rutherford dedujo que la masa del átomo está concentrada en su núcleo.
También postuló que los electrones, de los que ya se sabía que formaban parte del átomo, se movían en órbitas alrededor del núcleo.
El núcleo tiene una carga eléctrica positiva; los electrones tienen carga negativa.
La suma de las cargas de los electrones es igual en magnitud a la carga del núcleo, por lo que el estado eléctrico normal del átomo es neutro.
EL ÁTOMO DE BOHR
Para explicar la estructura del átomo, el físico danés Niels Bohr desarrolló en 1913 una hipótesis conocida como teoría atómica de Bohr (véase Teoría cuántica).
Bohr supuso que los electrones están dispuestos en capas definidas, o niveles cuánticos, a una distancia considerable del núcleo.
La disposición de los electrones se denomina configuración electrónica.
El número de electrones es igual al número atómico del átomo: el hidrógeno tiene un único electrón orbital, el helio dos y el uranio 92.
Las capas electrónicas se superponen de forma regular hasta un máximo de siete, y cada una de ellas puede albergar un determinado número de electrones.
La primera capa está completa cuando contiene dos electrones, en la segunda caben un máximo de ocho, y las capas sucesivas pueden contener cantidades cada vez mayores.
Ningún átomo existente en la naturaleza tiene la séptima capa llena.
Los “últimos” electrones, los más externos o los últimos en añadirse a la estructura atómica, determinan el comportamiento químico del átomo.
Todos los gases inertes o nobles (helio, neón, argón, criptón, xenón y radón) tienen llena su capa electrónica externa.
No se combinan químicamente en la naturaleza, aunque los más pesados (argón, criptón, xenón y radón) pueden formar compuestos químicos en el laboratorio.
Por otra parte, las capas exteriores de los elementos como litio, sodio o potasio sólo contienen un electrón.
Estos elementos se combinan con facilidad con otros elementos (transfiriéndoles su electrón más externo) para formar numerosos compuestos químicos.
De forma equivalente, a los elementos como el flúor, el cloro o el bromo sólo les falta un electrón para que su capa exterior esté completa.
También se combinan con facilidad con otros elementos de los que obtienen electrones.
Las capas atómicas no se llenan necesariamente de electrones de forma consecutiva.
Los electrones de los primeros 18 elementos de la tabla periódica se añaden de forma regular, llenando cada capa al máximo antes de iniciar una nueva capa.
A partir del elemento decimonoveno, el electrón más externo comienza una nueva capa antes de que se llene por completo la capa anterior.
No obstante, se sigue manteniendo una regularidad, ya que los electrones llenan las capas sucesivas con una alternancia que se repite.
El resultado es la repetición regular de las propiedades químicas de los átomos, que se corresponde con el orden de los elementos en la tabla periódica.
Resulta cómodo visualizar los electrones que se desplazan alrededor del núcleo como si fueran planetas que giran en torno al Sol.
No obstante, esta visión es mucho más sencilla que la que se mantiene actualmente.
Ahora se sabe que es imposible determinar exactamente la posición de un electrón en el átomo sin perturbar su posición.
Esta incertidumbre se expresa atribuyendo al átomo una forma de nube en la que la posición de un electrón se define según la probabilidad de encontrarlo a una distancia determinada del núcleo.
Esta visión del átomo como “nube de probabilidad” ha sustituido al modelo planetario (véase Orbital).
Líneas espectrales.
Uno de los grandes éxitos de la física teórica fue la explicación de las líneas espectrales características de numerosos elementos (véase Espectroscopia: Líneas espectrales).
Los átomos excitados por energía suministrada por una fuente externa emiten luz de frecuencias bien definidas.
Sí, por ejemplo, se mantiene gas hidrógeno a baja presión en un tubo de vidrio y se hace pasar una corriente eléctrica a través de él, desprende luz visible de color rojizo.
El examen cuidadoso de esa luz mediante un espectroscopio muestra un espectro de líneas, una serie de líneas de luz separadas por intervalos regulares.
Cada línea es la imagen de la ranura del espectroscopio que se forma en un color determinado.
Cada línea tiene una longitud de onda definida y una determinada energía asociada.
La teoría de Bohr permite a los físicos calcular esas longitudes de onda de forma sencilla.
Se supone que los electrones pueden moverse en órbitas estables dentro del átomo.
Mientras un electrón permanece en una órbita a distancia constante del núcleo, el átomo no irradia energía.
Cuando el átomo es excitado, el electrón salta a una órbita de mayor energía, a más distancia del núcleo.
Cuando vuelve a caer a una órbita más cercana al núcleo, emite una cantidad discreta de energía que corresponde a luz de una determinada longitud de onda.
El electrón puede volver a su órbita original en varios pasos intermedios, ocupando órbitas que no estén completamente llenas.
Cada línea observada representa una determinada transición electrónica entre órbitas de mayor y menor energía.
En muchos de los elementos más pesados, cuando un átomo está tan excitado que resultan afectados los electrones internos cercanos al núcleo, se emite radiación penetrante (rayos X).
Estas transiciones electrónicas implican cantidades de energía muy grandes.
EL NÚCLEO ATÓMICO
En 1919, Rutherford expuso gas nitrógeno a una fuente radiactiva que emitía partículas alfa.
Algunas de estas partículas colisionaban con los núcleos de los átomos de nitrógeno.
Como resultado de estas colisiones, los átomos de nitrógeno se transformaban en átomos de oxígeno.
El núcleo de cada átomo transformado emitía una partícula cargada positivamente.
Se comprobó que esas partículas eran idénticas a los núcleos de átomos de hidrógeno.
Se las denominó protones.
Las investigaciones posteriores demostraron que los protones forman parte de los núcleos de todos los elementos.
No se conocieron más datos sobre la estructura del núcleo hasta 1932, cuando el físico británico James Chadwick descubrió en el núcleo otra partícula, el neutrón, que tiene casi exactamente la misma masa que el protón, pero carece de carga eléctrica.
Entonces se vio que el núcleo está formado por protones y neutrones.
En cualquier átomo, el número de protones es igual al número de electrones y, por tanto, a su número atómico.
Los isótopos son átomos del mismo elemento (es decir, con el mismo número de protones) que tienen diferente número de neutrones.
En el caso del cloro, uno de los isótopos se identifica con el símbolo 35Cl, y su pariente más pesado con 37Cl.
Los superíndices identifican la masa atómica del isótopo, y son iguales al número total de neutrones y protones en el núcleo del átomo.
Los núcleos menos estables son los que contienen un número impar de neutrones y un número impar de protones; todos menos cuatro de los isótopos correspondientes a núcleos de este tipo son radiactivos.
La presencia de un gran exceso de neutrones en relación con los protones también reduce la estabilidad del núcleo; esto sucede con los núcleos de todos los isótopos de los elementos situados por encima del bismuto en la tabla periódica, y todos ellos son radiactivos.
La mayor parte de los núcleos estables conocidos contiene un número par de protones y un número par de neutrones.
Reacciones nucleares.
Los experimentos llevados a cabo por los físicos franceses Irène y Frédéric Joliot-Curie a principios de la década de 1930 demostraron que los átomos estables de un elemento pueden hacerse artificialmente radiactivos bombardeándolos de forma adecuada con partículas nucleares. Estos isótopos radiactivos (radioisótopos) se producen como resultado de una reacción o transformación nuclear. En dichas reacciones, los algo más de 270 isótopos que se encuentran en la naturaleza sirven como objetivo de proyectiles nucleares. El desarrollo de los aceleradores de partículas, que permiten bombardeos a energías muy elevadas, ha hecho posible la observación de miles de reacciones nucleares.
En 1932, dos científicos británicos, John D. Cockcroft y Ernest T. S. Walton, fueron los primeros en usar partículas aceleradas artificialmente para desintegrar un núcleo atómico. Produjeron un haz de protones acelerados hasta altas velocidades mediante un dispositivo de alto voltaje llamado multiplicador de tensión. A continuación se emplearon esas partículas para bombardear un núcleo de litio. En esa reacción nuclear, el litio 7 (7Li) se escinde en dos fragmentos, que son núcleos de átomos de helio. La reacción se expresa mediante la ecuación 7Li + 1H →4He + 4HeLos físicos han determinado con precisión las masas de esos átomos: el 7Li tiene una masa de 7,018242 u, el 1H de 1,008137 u y el 4He de 4,003910 u. Las masas del lado izquierdo de la ecuación suman un total de 8,026379 u, mientras que las del lado derecho ascienden a 8,007820 u; se produce una “pérdida” de 0,018559 u. Mediante la relación de Einstein E = mc2, se demuestra que 1 u equivale a una energía de 931,1 millones de electronvoltios (MeV). Por tanto, la reacción nuclear del litio libera 17,28 MeV de energía. La masa “perdida” aparece como energía en forma del movimiento violento de los núcleos de helio. Véase Física nuclear.
Como más del 99 % de la masa del átomo reside en su núcleo, cualquier liberación de grandes cantidades de energía atómica debe provenir de él. Hay dos procesos nucleares que tienen gran importancia práctica porque proporcionan cantidades enormes de energía: la fisión nuclear —la escisión de un núcleo pesado en núcleos más ligeros— y la fusión termonuclear —la unión de dos núcleos ligeros (a temperaturas extremadamente altas) para formar un núcleo más pesado. El físico estadounidense de origen italiano Enrico Fermi logró realizar la fisión en 1934, pero la reacción no se reconoció como tal hasta 1939, cuando los científicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann anunciaron que habían fisionado núcleos de uranio bombardeándolos con neutrones. Esta reacción libera a su vez neutrones, con lo que puede causar una reacción en cadena con otros núcleos. En la explosión de una bomba atómica se produce una reacción en cadena incontrolada. Las reacciones controladas, por otra parte, pueden utilizarse para producir calor y generar así energía eléctrica, como ocurre en los reactores nucleares.
La fusión termonuclear que se produce en las estrellas, como el Sol, constituye su fuente de calor y luz. La fusión incontrolada se da en la explosión de una bomba de hidrógeno. En la actualidad, se está intentando desarrollar un sistema de fusión controlada. Véase Energía nuclear; Armas nucleares.
Fuerzas nucleares.
La teoría nuclear moderna se basa en la idea de que los núcleos están formados por neutrones y protones que se mantienen unidos por fuerzas “nucleares” muy intensas.
Para estudiar estas fuerzas, los físicos tienen que perturbar los neutrones y protones bombardeándolos con partículas extremadamente energéticas.
Estos bombardeos han revelado más de 200 partículas elementales, minúsculos trozos de materia, la mayoría de los cuales solo existe durante un tiempo mucho menor a una cienmillonésima de segundo.
Este mundo subnuclear salió a la luz por primera vez en los rayos cósmicos.
Estos rayos están constituidos por partículas de muy alta energía que bombardean constantemente la Tierra desde el espacio exterior; muchas de ellas atraviesan la atmósfera y llegan incluso a penetrar en la corteza terrestre.
La radiación cósmica incluye muchos tipos de partículas, de las que algunas tienen energías que superan con mucho a las logradas en los aceleradores de partículas.
Cuando estas partículas altamente energéticas chocan contra los núcleos, pueden crearse nuevas partículas. Entre las primeras en ser observadas estuvieron los muones (detectados en 1937).
El muon es esencialmente un electrón pesado, y puede tener carga positiva o negativa.
Es aproximadamente 200 veces más pesado que un electrón.
La existencia del pion fue profetizada en 1935 por el físico japonés Yukawa Hideki, y fue descubierto en 1947.
Según la teoría más aceptada, las partículas nucleares se mantienen unidas por “fuerzas de intercambio” en las que constantemente se intercambian piones comunes a los neutrones y los protones.
La unión de los protones y los neutrones a través de los piones es similar a la unión en una molécula de dos átomos que comparten o intercambian un par de electrones.
El pion, unas 200 veces más pesado que el electrón, puede tener carga positiva, negativa o nula.
PARTÍCULAS ELEMENTALES
Durante mucho tiempo, los físicos han buscado una teoría para poner orden en el confuso mundo de las partículas.
En la actualidad, las partículas se agrupan según la fuerza que domina sus interacciones.
Todas las partículas se ven afectadas por la gravedad, que, sin embargo, es extremadamente débil a escala subatómica.
Los hadrones están sometidos a la fuerza nuclear fuerte y al electromagnetismo; además del neutrón y el protón, incluyen los hiperones y mesones.
Los leptones “sienten” la fuerza electromagnética y nuclear débil; incluyen el tau, el muon, el electrón y los neutrinos.
Los bosones (una especie de partículas asociadas con las interacciones) incluyen el fotón, que “transmite” la fuerza electromagnética, las partículas W y Z, portadoras de la fuerza nuclear débil, y el hipotético portador de la gravitación (gravitón).
La fuerza nuclear débil aparece en procesos radiactivos o de desintegración de partículas, como la desintegración alfa (la liberación de un núcleo de helio por parte de un núcleo atómico inestable). Véase Fuerzas fundamentales.
Además, los estudios con aceleradores han determinado que por cada partícula existe una antipartícula con la misma masa, cuya carga u otra propiedad electromagnética tiene signo opuesto a la de la partícula correspondiente. Véase Antimateria.
En 1963, los físicos estadounidenses Murray Gell-Mann y George Zweig propusieron la teoría de que los hadrones son en realidad combinaciones de otras partículas elementales llamadas quarks, cuyas interacciones son transmitidas por gluones, una especie de partículas.
Esta es la teoría subyacente de las investigaciones actuales, y ha servido para predecir la existencia de otras partículas.